El Pelícano erótico. Crónica de un viajero. Koleia Trip.
Crónica de un viajero.
Un día se cansó de su vida de ejecutivo, dijo adiós al sistema y se fue a darle la vuelta al mundo en un velero. ¿Lo logró? ¿Qué pasó en el camino?
«Porque ningún hombre de negocios que no se retire a los cincuenta años, si puede, es a mi juicio un filósofo». Lin Yutang, en: El arte de vivir
Lo dice tranquilamente, sin alardear, sin sobreexcitarse, sin la más mínima pose del falso héroe que hace de una pequeña hazaña la más grande de las maravillas humanas. Lo dice porque lo hizo, porque le emociona saber que lo hizo: “Le di la vuelta al mundo en el Furka, mi velero. Me demoré tres años y ocho meses”. (En ver imágenes está la ruta).
Hacerlo en ochenta días es una novela de Julio Verne, muy divertida, por demás. Pero la vuelta al mundo de Pedro Truke Cots, el autodenominado diplodocus del parque jurásico, el pirata, el inadaptado, el navegante solitario, el trotamundos, el pelícano erótico, esta sí que es una novela de aventuras, sin ficción.
Pedro tiene 70 años. Hace pocos meses vendió su última embarcación y decidió quedarse a vivir en Panamá. Está escribiendo su libro: Impresiones y anécdotas de un navegante solitario alrededor del Mundo (1994-1998 y 2001-2008). La primera fecha corresponde a la vuelta al mundo. La segunda, a viajes dispersos por los mares del Planeta.
Pero Pedro no puede llevarse todo el crédito. No es del todo cierto decir que él, solito, hizo esta ruta: Barcelona, Gibraltar, Canarias, Cabo Verde, Islas de Barlovento en el mar Caribe, Venezuela, Colombia (Atlántico), Panamá, Colombia (Pacífico), Galápagos, Polinesia Francesa, Samoa, Tonga, Fiji, Nueva Caledonia, Australia, Indonesia, Malasia, Tailandia, Sri Lanka, Maldivas, Yibuti, Mar Rojo, Mediterráneo.
Pedro no lo hizo solo. Mira a su perrito yorkishire que duerme en la silla del lado: “Siempre he viajado con un yorkishire. Empecé con Samba, luego viajé con Tiki, y los últimos doce años con Pope. Ellos fueron mis compañeros de viaje”, dice con ternura. Pope se llama en realidad Popeye, el marino. Muy merecido. Sus tareas de marinero no estaban lejos de las de uno con neuronas. Sostenía cuerdas, avisaba cuando veían barcos, cuando veía obstáculos en altamar.
El pelícano erótico presenta su libro como “las experiencias de una persona que rompe con el Sistema de una Sociedad de ‘Buenas Costumbres’ al llegar a los 50 años”, con todo y el sentido que tienen las mayúsculas. Es la vida de un hombre que “en la crisis de los 50” se preguntó: ¿Qué hice de mi vida?, ¿dónde estoy?, ¿a dónde voy o qué voy hacer de mi vida antes de que me metan en la caja de pino?
¿Qué hizo de su vida? Pedro cuenta: “Soy hijo de la segunda guerra mundial. Cuando era niño (1949-1952) pasaba ocho horas encerrado en un hotel durante las vacaciones, porque mis padres tenían miedo. Y crecí como un hombre sin raíces: nací en Barcelona, pero soy de origen nórdico. Mi apellido es danés. Estudié mi bachillerato en Francia. Hice mi carrera mitad en España, mitad en Inglaterra. Soy doctor ingeniero industrial prostituido: la carrera me tomó siete años y ejercí seis meses. En la posguerra, mi época, un ingeniero se moría de hambre. Entonces me prostituí al sector ventas. Empecé a vender cosechadoras y tractores en Escocia. Después me fui a España e Italia. Mi último trabajo fue como alto ejecutivo en una cadena de casinos. Todo eso sabiendo que mi sueño siempre fue darle la vuelta al mundo en un velero”.
Mientras llegaba el momento de cumplirlo, en 1963 Pedro empezó a practicar vela deportiva. Invirtió sus ahorros en un velero que se hundió el primer día que lo puso en el agua. Luego tuvo los mejores profesores, representó a España en competiciones nacionales e internacionales. En un año ganó 32 copas y trofeos. Se unió al Real Club Marítimo y Náutico de Barcelona, a la Asociación de Navegantes Solitarios y al Real Club Náutico de las Palmas de Gran Canarias, donde fue bautizado como el Pelícano erótico. “Pelícano porque es mi ave acuática. Erótico por…” –se ríe, pícaro, y que la imaginación de la periodista termine la frase.
Sus historias de esa época ya están en parte contadas en su anecdotario. Cualquier parecido con Robinson Crusoe… “En mis primeros pinitos de navegante solitario hice la vuelta Barcelona- Madeira- Canarias-Madeira-Barcelona. Íbamos mi perrita Samba y yo. A la vuelta de Madeira a Barcelona enganché un temporal de levante en el Estrecho de Gibraltar. A las doce millas de Gibraltar, Tarifa Radio me avisa del temporal y lo veo con mis propios ojos. Los mercantes se mantienen a dos nudos de velocidad, proa al viento y la mar. Y empiezo a correr el temporal poniendo popa a la mar, dirección Villamoura, Portugal. No podía abrir el tambucho porque las olas rompían encima. Tuve que lanzar al mar seis bidones de gas-oil, más de 50 kilos en libros, cajas de herramientas ¡y mil tornillos de inox! (no olviden que un navegante aprecia más un tornillo de inox que una moneda de un euro. Somos genéticamente chatarreros). Al quitar la sobrecarga el barco era gobernable y las olas rompían en la popa. Fue una buena lección y experiencia, a pesar del acojonamiento que pasé”.
¿Y cuánto tomó la decisión de irse definitivamente? ¿Cómo fue eso de dejarlo todo y arrancar? Él, un hombre exitoso, contratado por una empresa que controla casinos en Las Vegas; experimentado ejecutivo de ventas, multimillonario que da vueltas en los mismos mares…
No, eso no era lo que Pedro quería. Se cansó de la politiquería, de la corrupción, de la mentira, del sistema. Un día, mientras hacía una siesta después del almuerzo en el Club Marítimo de Barcelona, lo despertó un programa de National Geographic. Y allí resucitó su proyecto, resucitó después de haberlo abandonado años atrás cuando su esposa, con quien tenía una relación de más de 22 años, con quien había participado durante quince años en competición en vela y había ganado campeonatos y trofeos, no se atrevió a dejarlo todo y darle la vuelta al mundo con su esposo en un velero. Y sucedió que pasaron los años, y ahora, frente a un televisor encendido en el que mostraban los viajes de otros, Pedro se dice: “¿Por qué tengo que ver el mundo a través de la caja tonta o el ojo de una cerradura? Si no tengo tripulante, más vale ir solo que mal acompañado”.
Lo pensó bien, lo consultó con la almohada. Decidido. Puso sus ahorros en cuentas de dos países. Preparó su embarcación o balandro “como si fuera a pelear contra las galaxias. Lo más cómodo y seguro, “sería mi casa y medio de transporte en los próximos años”. Consiguió las cartas náuticas, hizo proyecciones económicas, aprendió Derecho Marítimo Internacional. Y arrancó.
Su vida a bordo, en solitario, requería organización y disciplina. Mientras navegaba estaba pendiente de la meteorología, los guardias, la revisión de los aparejos, el tramado de velas, las comidas, la rueda de navegantes, el mantenimiento y la limpieza de la embarcación, incluyendo paseos y cuidado del canino marinero. Además leía y oía las noticias del mundo en su radio de onda corta. “Pero eso no era trabajo. La visión del Océano y el azul del cielo era un relax total”, dice.
Ahora Pedro está tratando de reconstruir su travesía entre 1994 y 1998, apoyado en los sellos de sus pasaportes y en unas cuantas fotos. El 3 de abril de 1998 en la frontera de Eritrea y Sudán, en plena guerra de Sudán, Pedro perdió su velero, el libro de bitácora, sus cartas, apuntes, fotografías y negativos; Pedro pasó de navegante a náufrago en el Mar Rojo.
Esta es la gran anécdota de su viaje, no solo porque allí pereció su Furka, sino porque él sobrevivió. Sucedió que luego de comer un plato típico en Yibuti, en el denominado “Cuerno de África”, todos los navegantes extranjeros se enfermaron menos él. Ninguno pudo continuar su viaje. En principio, Pedro salió inmune, pero unas horas después la enfermedad lo desplomó navegando en solitario. “El velero se estrelló en unos arrecifes. Había olvidado cerrar un portillo y quedé con siete toneladas de agua adentro, a cinco kilómetros de la orilla. Las fuerzas apenas me dieron para sacar el bote y embarcarme ahí. Había memorizado la carta náutica, pero me perdí de todos modos, me desmayé y desperté no sé cuánto tiempo después en un campamento rodeado de guerrilleros sudaneses”.
Pero contrario a lo que podría pensarse por estar en plena guerra, en vez de secuestrarlo y matarlo, el Ejército Revolucionario de Sudán cuidó de él. Considerado náufrago enfermo, y conforme a las leyes musulmanas, lo vistieron, lo alimentaron y buscaron la forma de sacarlo de la zona de guerra. Un oficial sudanés lo recibió en territorio nacional y no le comunicó a sus superiores de donde provenía, evitándole ser interrogado y caer prisionero. Finalmente, un yate lo recogió en Suakin y lo llevó a España. A la vuelta al mundo de Pedro le faltaron 900 kilómetros. Lo importante fue llegar vivo, aunque sin velero.
Y eso no fue todo, en su anecdotario hay también escenas de su malaria en Indonesia, de su encuentro con los piratas de Malasia, de su conversación con uno de los comandantes más temidos de la guerrilla colombiana a quien conoció en algún lugar del Pacífico, y con una leona marina que se le montó sin permiso al Furka y viajó algunas millas con él.
Cuando regresó a su país en 1998, sin el velero, el pelícano erótico trató de incorporarse otra vez a su antiguo sistema de vida, pero ya no pudo. Entonces decidió darle otra vez la vuelta al mundo, está vez sí completa. Y resulta que no la ha terminado, y tal vez ya no la termine.
En su vida de navegante trotamundos, Pedro tuvo 22 barcos. El último es un catamarán blanco que ahora catamarán duerme en uno de los muelles de Colón, en el Atlántico panameño. Acaba de vendérselo a unos colombianos que nunca han navegado.
¿Y por qué no terminará de dar la segunda vuelta al mundo? “Llevo siete años dando vueltas en el Caribe, y de aquí no paso. –dice–. Y todo por culpa del refranero español: tiran más un par de tetas, que una yunta de bueyes”. Lo dice porque hace nueve años en Venezuela conoció a Miriam Sanabria, una submarinista de la Armada venezolana encargada de la limpieza de buques a 100 metros bajo el agua, e instructora de deportes a minusválidos. Con ella viajó de América a España y recorrió las Antillas. Con ella y con Pope vive ahora en Gamboa, un pueblo solitario en la mitad del Canal de Panamá.
Después de sus experiencias en solitario, y de sus últimos viajes con Miriam por el mundo, Pedro está recargado y orgulloso de haber hecho al fin lo que siempre quiso. Dejó atrás el sistema. Aprendió de las antiguas culturas que no viven del consumismo. Sin creer en la iglesia viajó con Dios y con su ley: “respeta y serás respetado”. Gracias a sus barcos, conoció playas a los que no llegarán nunca los turistas de plan de viaje. Aprendió a tener sangre fría, a planificarlo todo, a ver el mundo con sus propios ojos.
La vida del pelícano erótico, ahora que está sentado en el sillón de su casa, se resume así: “Soy un inadaptado al país y a la ciudad que me vio nacer, por eso vivo en el Tercer mundo. Tengo la suerte de tener amigos hasta en el infierno. Soy espartano. Disfruto cuando hablo con gente de otras culturas. Me hace feliz una puesta de sol”.
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